25 enero, 2014

DOMINGO III del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 8, 23 ss ; Mateo 4, 12-23

Subir montañas

CAMBIAR DE VIDA
CAMBIAR LA VIDA



Jesucristo, desde el evangelio de san Mateo, nos aborda otra vez con una vieja palabra conocida: Convertíos. A esta propuesta. Para esta larga escalada de empeños, pienso que se ha de comenzar amparados en una doble reflexión: CAMBIAR DE VIDA. CAMBIAR LA VIDA.

Para CAMBIAR DE VIDA es preciso reconocer primeramente que ésta que llevamos en sombras aguarda una luz, como escribe Isaías sobre aquella pagana Galilea de los gentiles. Sin embargo, esa vida propia que sufrimos a oscuras es la nuestra, ha sido hasta ahora la nuestra, por más que nos duela la herida del arpón que debimos esquivar y que nos pareció en su recorrido tan hermoso. Cambiar sí, las dulces trampas de la voluntad que tantas veces nos llevó de la mano a los abismos, por el seguimiento de Jesucristo, que cuesta tanto, pero que mucho más se goza.

A pesar de todo, que nunca nos duela demasiado sentirnos débiles. Van ders Meersch, en su Máscara de carne,  intentó una y otra vez romper el daño que lo acristalaba. Al final, sin que se permitiera por eso tirar al suelo la toalla, le ofreció a Dios lo único que poseía: su pecado.

Casi nunca está a nuestro alcance CAMBIAR LA VIDA que nos rodea. Es más, el cristiano ha sido a veces ridículo intentando inútilmente ponerle crespones negros a las estrellas, porque la vida que conocemos alrededor es la consecuencia de muchos ojos que miraron desde muchas esquinas. Cristo, en su vida, abrazó de una manera especial a los pobres, es decir, a todos aquellos que no habían tenido, o no encontraron, o les habían robado las fuerzas para subirse a la atalaya, donde Su luz hace nuevas tosas las cosas y se ve más claramente el paisaje de la verdad.

Con los años, la experiencia me dijo al oído dónde esconde la lluvia sus paragüas. Hay verdades que serán siempre incuestionables; para nosotros, las transparentes verdades de Jesucristo. El mundo se recorre a sí mismo, los políticos desapareen, se marchitan las ideologías... y Él permanece con su ramo de olivo en el corazón y en la palabra de la Iglesia.

Para todo lo demás, procedamos como el cuerdo Hamlet, que se hacía el loco a la hora de hablar con los que habían matado a su padre... Con más frecuencia de lo necesario, nos metemos en jardines y opiniones que no nos corresponden porque no son esenciales, porque no dañan el evangelio: la vida por la que caminamos es una constelación de dudas que sólo Dios conoce a fondo; nosotros,  aún estamos navegando en las orillas de la luz sin los ojos precisos.

19 enero, 2014

DOMINGO II del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 49, 3.5-6 ; Juan 1, 29-34

Casulla usada por san Juan de la Cruz. Museo de Úbeda


EL FRACASO


Venía de una larga conversación con su exmarido. Recién casados, ella había dado a luz un hijo que nació después de muchos suspiros de amor, tras haber convocado a toda la sangre en sus labios. Pero el hijo les había nacido enfermo, tullido, desmayado y, luego de echarse uno a otro las culpas continuamente, decidieron separarse. Él se levantó una mañana y, en aquellos labios de besar madrugadas, estalló la palabra:

-Hemos fracasado... 

Ella abrazó sola a su hijo y cada día agradecen a Dios la vida en una dulce esperanza...

Todos hemos construido el porvenir desde los sueños. Vista así, la vida que nos proponíamos sólo llevaba equipaje de fiesta, únicamente pensábamos en regalos y en sabrosas mañanas y, sobre todo, no pasaba por nuestra cabeza el desatino de fracasar: acertaríamos en la carrera elegida, en las condiciones de la persona que acompañaría nuestros pasos, en una razonable inteligente hermosura para nuestros hijos: la felicidad así puesta de pie serviría de muralla contra la vejez. Después... todo o casi todo ha sido distinto. Pero nadie, ni nosotros, ni mucho menos los que no saben ver más allá de sus ojos, pueden decir que hemos fracasado, porque la circunstancia, desde la fe, permitió transformar el destino de regalos que traíamos para nosotros en un don para los demás. No, no ha sido nuestra vida como la pensábamos, pero sí como los demás la reclamaban, como Dios la propuso. Salvados los otros con nuestra desinteresada compañía nos hemos vacunado para siempre contra la soledad.

Cristo Jesús, el Señor, fue para muchos un fracaso, porque ni el Padre quiso redimirle de la Cruz, pero su vida no ha sido una equivocación ni su sangre una tristeza derramada: gracias a Él, una presencia tierna y viva ocupa nuestra vida de creyentes.

Escúchate el corazón y vivirás con asombro los triunfos de Dios sobre el porvenir de los hombres.

11 enero, 2014

DOMINGO DEL BAUTISMO DE JESÚS. Isaías 42 1-5 ; Hechos 10, 34-38. Mateo 3, 13-17

Río Jordán. El sitio donde Cristo fue bautizado.


LA COSA


Las vi en un museo, altas, anudadas, inconscientes, pero aquellas redes seguían oliendo a peces. Quién sabe en qué casas, en qué familiares almuerzos habrían brillado sobre los platos el fruto de sus faenas: las doradas, los meros, la dulce y tibia plata de las sardinas... Allí estaban las redes colgadas en el museo, fuera de sitio, extrañando mareas, dolidas de no hacer lo suyo... Ya no quise detenerme en los cuadros, sólo las miré a ellas y sujeté con las manos de dentro la figura del Maestro pescando en el mar de Galilea. 

Porque LA COSA empezó en Galilea, nos cuenta hoy el apóstol en el libro de los Hechos. La COSA de Jesús de mirar la vida y sólo hacer el bien. La COSA de ajustar los derechos a la Verdad. La COSA de dar libertad y luz a los seres cautivos y a las conciencias apagadas. La COSA del cristianismo comenzó el día en que Juan, a regañadientes, bautizó a su primo Jesús cumpliendo la voluntad de Dios. He puesto sobre Él mi Espíritu, había profetizado antes Isaías.

Desde que la COSA comenzó ha seguido la Iglesia más de dos  mil años con su navegación y sus tormentas. La brújula bien sujeta. La luz del Espíritu, como faro sobre el oleaje de las dudas y los entendimientos. La pobreza y el pecado, también, sobre algunos hombres de la barca... aunque puede que esto último sea, interesadamente, lo más llamativo. No deja de ser, sin embargo, escamas de pobreza sobre la piel de la noche, gotas de sangre sobre el azul del agua.

Hay que amar la COSA en su totalidad: los sacrificios, la entrega, el amor inmenso de una multitud de misioneros y santos (san Francisco, san Pedro de Alcántara, santa Teresa de Jesús, santa Teresa de Calcuta, san Vicente Ferrer...) y la innumerable legión de cristianos diarios y escondidos  que nos asomamos cada día al blando paisaje de los ríos para recibir de Jesús el nuevo bautismo de la esperanza, con la sola intención de hacer todo el bien que podamos a los hombres.

La COSA empezará en el coraje de la propia decisión, si nos subimos a la barca desvelada de un Capitán que no duerme.

04 enero, 2014

DOMINGO II de la NAVIDAD. Juan 1,1-18


LA PALABRA


En el alboroto incesante de todos los principios estaba la Palabra, como una criatura sublime que cambia de conversación según el apetito con que el hombre decida escucharla.

¡LA PALABRA!

Dios dijo hágase la luz y se reconocieron a sí mismas todas las cosas del mundo. Y el mundo pudo verse, entonces, tal cual era, para siempre, desde el cristal infinito de Sus ojos. La Palabra primera que sólo escucharon los pájaros de aquellas conciencias fue: Hágase la luz!. Habló Dios y lo que dijo fue un incendio en su boca, una infinita peregrinación de antorchas que nos ha hecho saber hasta qué punto la creación es una luz continuada sobre la sombra fugitiva.

Cuando el hombre oscureció esa Palabra, Dios volvió a afilar su garganta, a renovar la leña de sus hornos: Hágase la misericordia, vayamos al mundo junto al Hijo, que el hombre vuelva a la sabia costumbre de la ternura. La segunda, la mejor, la definitiva Palabra fue Jesucristo, que vino  a la vida vestido con la Palabra primera de la luz creadora y con ese otro decir suyo, infinito, desbordado, incalculable, amoroso y alto como el pecho del aire. Jesucristo, que apareció una mañana  para dejarnos todos los besos que el Padre guardaba desde su  eternidad, sujetos en la boca del tiempo…


Desde entonces, Juan, el desterrado y el evangelista, supo que este mar de Tiberíades tiene un pecho en el que laten las velas al viento como si palpitara un corazón de seda. Y que la vida es también un pecho grande que oculta las palabras, sólo esas, que la boca no ha aprendido a decir. Un pecho que desde entonces yo busqué, como el de los Cantares, semejante a un racimo de uvas, en el que poco a poco se vayan abriendo dulces mis palabras, redondas y rubias, a los grandes deseos. Un pecho en el que, para saber, no haga falta más que reclinar la cabeza al modo de Juan, sobre el corazón del Maestro.