LOS ELEGIDOS
Limpio, preciso, eficaz, pedagógico se manifiesta
san Pablo en su carta a los romanos para dejar definitivamente claras las
posturas de Dios cuando se relaciona con sus hijos: A los que Dios predestinó,
los llamó , a los que llamó los justificó y a los que justificó los glorificó…
Los paraísos no se encuentran en los puestos de
fruta de las plazas donde el pudor enrojece sin medida a las cerezas, las
manzanas esconden su pecado detrás de los papeles de celofán que las envuelven,
se contagian de risa, unas a otras, las papayas con las mandarinas y el músculo
del plátano se enferma de amarillos. No. El paraíso no es apenas la hermosura
de lo que se ve, sino que descansa en la salomónica sabiduría que permite
reconocer, como una dicha inabarcable, la elección de Dios para que nunca nos
vayamos de su lado.
A los que PREDESTINÓ los llamó, como se llama a la
vida una candela después de haberla encendido. No se imagina uno a Dios
soñando, pero nos ha soñado siempre. En el hilván de la noche fue sujetando
nuestras caras, aquí la nariz, más arriba los ojos; abajo, hasta que sangre
saliva, la herida blanca de la boca. Luego nos puso el nombre dejando en la
frente la huella de su mano.
Más tarde nos LLAMÓ aprovechando el eco de los
mares y los vientos que tan bien se escuchan en la soledad: Juan, Santiago,
Carmen, Nicolás… y fue dejando en su corazón, en todos los corazones, la flor
de su Palabra. Si alguien no lo advirtió, estará su nombre navegando por ahí,
arrastrando deseos de saber a qué radio
acudir para que el elegido responda.
Al final, después de nombrados, como Eva, como
Adán, todos nos hemos escondido desnudos detrás de las palmeras. De nuevo,
desde el río, el eco de nuestros nombres sobre las grietas del agua, pero nos
dio vergüenza contestar a causa del pecado; vestidos sólo de barro como
estábamos, apenas si se quiere otra cosa que huir para que Dios no nos vea en
esas condiciones. De todas formas, igual que el padre del evangelio Él sale al
encuentro con el anillo de la familia a celebrar la fiesta de habernos
encontrado. Parece que le viera y que le escucho:
-Anda, no es
para tanto, vamos de nuevo a casa.
Y en Casa está la GLORIA, el Paraíso, el manantial
de las dulces aguas y los besos. No ha edificado Dios su Casa grande para vivir
sin nosotros… La música que nace de la fe nos cubre de los fríos y se afana en que
no perdamos el ritmo de los pasos que conducen a las anchuras del mar, a la
copa del Árbol.
(Foto: Mosaico que representa el bautismo de santa Teresita. P.V.)