26 julio, 2014

DOMINGO XVII del TIEMPO ORDINARIO. Romanos8, 28-30

LOS ELEGIDOS

Limpio, preciso, eficaz, pedagógico se manifiesta san Pablo en su carta a los romanos para dejar definitivamente claras las posturas de Dios cuando se relaciona con sus hijos: A los que Dios predestinó, los llamó , a los que llamó los justificó y a los que justificó los glorificó…

Los paraísos no se encuentran en los puestos de fruta de las plazas donde el pudor enrojece sin medida a las cerezas, las manzanas esconden su pecado detrás de los papeles de celofán que las envuelven, se contagian de risa, unas a otras, las papayas con las mandarinas y el músculo del plátano se enferma de amarillos. No. El paraíso no es apenas la hermosura de lo que se ve, sino que descansa en la salomónica sabiduría que permite reconocer, como una dicha inabarcable, la elección de Dios para que nunca nos vayamos de su lado.

A los que PREDESTINÓ los llamó, como se llama a la vida una candela después de haberla encendido. No se imagina uno a Dios soñando, pero nos ha soñado siempre. En el hilván de la noche fue sujetando nuestras caras, aquí la nariz, más arriba los ojos; abajo, hasta que sangre saliva, la herida blanca de la boca. Luego nos puso el nombre dejando en la frente la huella de su mano.

Más tarde nos LLAMÓ aprovechando el eco de los mares y los vientos que tan bien se escuchan en la soledad: Juan, Santiago, Carmen, Nicolás… y fue dejando en su corazón, en todos los corazones, la flor de su Palabra. Si alguien no lo advirtió, estará su nombre navegando por ahí, arrastrando deseos de saber  a qué radio acudir para que el elegido responda.

Al final, después de nombrados, como Eva, como Adán, todos nos hemos escondido desnudos detrás de las palmeras. De nuevo, desde el río, el eco de nuestros nombres sobre las grietas del agua, pero nos dio vergüenza contestar a causa del pecado; vestidos sólo de barro como estábamos, apenas si se quiere otra cosa que huir para que Dios no nos vea en esas condiciones. De todas formas, igual que el padre del evangelio Él sale al encuentro con el anillo de la familia a celebrar la fiesta de habernos encontrado. Parece que le viera y que le escucho:

-Anda, no es para tanto, vamos de nuevo a casa.


Y en Casa está la GLORIA, el Paraíso, el manantial de las dulces aguas y los besos. No ha edificado Dios su Casa grande para vivir sin nosotros… La música que nace de la fe nos cubre de los fríos y se afana en que no perdamos el ritmo de los pasos que conducen a las anchuras del mar, a la copa del Árbol.

(Foto: Mosaico que representa el bautismo de santa Teresita. P.V.)

19 julio, 2014

DOMINGO XVI del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 13, 24-43


SEMILLAS


El ser humano es un papel en blanco, una tierra aseada donde Dios, la vida y los otros van sembrando los granos, de amor casi siempre, y una multitud enloquecida de pensamientos. Las horas implacables del tiempo agitan en su cubilete lo que somos.

Hace muchos años que sólo veo alrededor, dentro y fuera de mí, ángeles dispuestos, borrachos hormigueros que guardan para el invierno de sus vidas trocitos de todo lo que encuentran. Distraídos, los barcos pasan sobre los grandes horizontes de la duda y muchos jóvenes se entretienen con latas vacías que venden baratas en los supermercados de la locura...

Siglos lleva la Historia contemplando el azul en los ojos y en el cristal de las ventanas. Cómo el trigo amarillea sin cesar en los campos sembrados y cómo la cizaña porfía por encontrar un hueco donde posar la semilla de su discordia.

Fuera de nosotros hay quienes creen que por cerrar capillas en las universidades conseguirán un mal año de trigos sin espiga. Dentro de nosotros, el Demonio, conocido sembrador de la desdicha, está convencido que sólo con la miel de las manzanas se alimentan los hombres. Dentro y fuera se equivocan.

Puede que los daños duren un ratito, a veces largo, pero nada más... el tiempo en que la noche parpadea buscando los blancos de la luna. Puede que la cizaña de dentro y la de fuera se convenza de que está en condiciones de satisfacer los apetitos de los seres humanos. Se equivoca la cizaña como se equivocó la paloma del poeta.

Dios -- no hay más que llevar al corazón una experiencia de milenios--, ha sembrado en todos el grano seguro del amor y terminará su trayectoria, vigilada por quien nos prometió estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Mientras, yo he conocido a un joven para el que en su familia ya no encontraban remedio y hoy es obispo de la Santa Iglesia. Y a una adolescente que se fue de su casa buscando la seda engañosa de lo imposible y hoy tiene seis hijos en una familia que es ejemplo... Yo he conocido, como todos vosotros, el mal de la cizaña y nunca la Verdad le ha permitido crecer como ella esperaba.

12 julio, 2014

DOMINGO XV del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 55, 10-11 ; Mateo 13, 1-23

PALABRA SEMBRADA


Más de una vez me he preguntado si las nubes al abrirse sufren el parto del agua. Algún dolor habrá en esos vientres de algodón hasta que rompen en aguas, como las madres, anunciando la vida.

Dios pronuncia hoy por boca de Isaías las más bellas palabras y esta vez nos recuerda que, del mismo modo que el agua no regresa al cielo sino después de haber cumplido su tarea de organizar el crecimiento de los granos y los frutos de la vida, tampoco la palabra de Dios volverá vacía a su regazo sin antes haber dejado el corazón del hombre empapado en aguaceros de divinidad. Lo resume Enrique Gracia en su poema:

Hoy ha llovido todo el día,
dentro también,
donde tú y yo guardamos tantas cosas.

SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR… con una mano sujetaba la alforja, con la otra esparcía la simiente. El viento, en su indolencia, desparramaba con intención los granos para que algunos se secaran en la orilla del campo; otros, junto a las piedras endurecidas de sol; sobre las zarzas, que siempre destacan por arruinarlo todo, algunos granos también cayeron. Y por fin, sin que los vaivenes del aire pudieran impedirlo, los muchos granos se asentaron en tierra buena, donde el dolor no duele y el agua de la lluvia se recrea.

A los discípulos, Jesús no tuvo necesidad de explicarles nada. El distinguido amor por ellos fue sabiduría suficiente para que la luz no les faltara a la hora de los descubrimientos.

Para los demás, sin embargo, se precisa la mano del que siembra, que son nuestras manos multiplicadas desde Él.

Y la mejor enseñanza de esta parábola es reconocer que todas las características  de ese campo están en nuestras vidas. LOS BORDES del camino en los que se desperdicia la palabra sembrada son las cuchillas de la razón, que rechazan el grano y el agua para quedarse en la sequedad de los argumentos; al fin, la filosofía es una dama hambrienta de intimidades: la palabra de Dios ha de llegar a un acuerdo con la duda, que surge del filosofar como de una fuente.

Quién no tiene PIEDRAS en su corazón?. Piedras semejantes a una letanía de tristezas que ha ido dejando el Engañador camufladas en la delicia de sus trampas. Duras siguen ahí dentro las piedras,  insatisfechas, dolidas de no ser provechosas; el grano sobre ellas es apenas un beso que resbala. También nuestras ZARZAS han herido el grano de la palabra con sus puntas afiladas: son como uñas crecidas en el butacón de la comodidad que alejan con excusas los compromisos de la fe.

La TIERRA BUENA por fin, gracias a Dios, ocupa más espacio en nuestro corazón. Y es en esa disponibilidad a recibir el agua, a embriagarse de presencias, donde el grano se hace mayor, las espigas llenan de verde nuestros desiertos y pueden alimentarse las vacas flacas del complicado tiempo que nos ha tocado vivir.


Es en la lluvia diaria de su Palabra donde Dios y nosotros guardamos… tantas cosas!  

05 julio, 2014

DOMINGO XIV del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 11, 25-30

APRENDED DE MÍ


Se quejaba Escipión de que su único problema era comprenderlo todo. Y puede que se doliera con motivo, porque saberlo todo de golpe es como impedir que la luna fuese creciendo desde la estrechura de sus tajadas blancas o que a un niño no le ofreciéramos la ocasión de ir reconociendo su edad en los juguetes.

Ir desarrollándose supone el gozo inmenso de abrir los ojos día a día a nuevas luces interiores, hacer propias las palabras, los gestos, las bondades de los maestros que preparaban a la noche para nosotros la inmensa sabiduría de sus perplejidades. Tanto me hubiese gustado convivir con filósofos como Séneca (de nada sirve el silencio exterior si nos agitan las pasiones). O con poetas como San Juan de la Cruz, que buscó para cada palabra un traje de sentido y hermosura. Inmenso don Antonio Machado, que cuando fue niño soñó con un caballito de cartón agitando sus crines al viento y, al despertar, se dolió de que fuera mentira. De que casi todo sea mentira. ¡Cuánta magnificencia sellada en María Zambrano que se pasó la vida intentando destacar lo divino del hombre!… Tantos, tantos, tantos como me han hecho navegar en el río sin descanso de las verdades y de las emociones.

Por eso, comprendí al instante la actitud de algunos apóstoles, como Juan, que desde el principio siguieron a Jesús embelesadamente, porque hablaba con la autoridad de la mansedumbre, con la firmeza segura de quien vive con valores y los sabe comunicar.  El Maestro, el gran Maestro, ha sido y es Jesucristo.

Hace unos días regresé de Tierra Santa y agradezco a la fe que me permitiera verlo enseñar por las calles estrechas, llorar sobre Jerusalén, curar a los enfermos, devolver la luz a los ciegos, estremecerse con el pesar de los endemoniados. Rodeado siempre de sus amigos que iban recogiendo en la cesta de la pobreza sus enseñanzas, su amor desesperado, sus ganas de transformar el mundo.

APRENDED DE MÍ

Que soy manso y humilde de corazón. Y lo que  sobre todo iba enseñando era humildad, el haberse hecho hombre siendo Dios. Con Él dejaron de existir las distancias que nos separaban del Creador y comenzar a llamarlo Padre como si tal cosa, como si los hijos lo mereciéramos.


Santa Teresa escribía que humildad es andar en verdad. Desde Jesucristo, yo me he atrevido con otra definición: humildad es poner a disposición de todos los dones recibidos.

(Foto: Basílica Monte Tabor. P.V.)