29 marzo, 2014

DOMINGO IV de CUARESMA. I Samuel 1bss ; Juan 9,1-41


Parroquia de San José. Estepona

TIEMPOS DE LUZ Y TIEMPOS DE CEGUERA


Estaban tratando de enseñarle los colores. El rojo es como el pimiento rojo  --le decían--, como el tomate, igual que las lenguas de fuego... pero el ciego, aunque alguna vez pudo quemarse, nunca supo el color de su quemadura ni pudo trasladar el arco iris al iris de sus ojos. Conocía sólo el perfume o la sombra intensa de la noche porque en casa siempre le daban un beso antes de irse a dormir.

Tanto en el primer libro de Samuel como San Juan en su evangelio de hoy, reconocemos que Dios permite tiempos de luz y tiempos de ceguera en el camino del hombre.

David era rubio, el último hijo de Jesé; como niño, apenas era tenido en cuenta mas, cuando al atardecer se cerraba el azul de sus ojos, se apagaba también la inmensidad del día y sus ovejas y sus cabras se quedaban entonces sin referencia. Dios lo buscó a través del profeta para ungirlo rey y que alumbrara así el porvenir de su pueblo. Pero una tarde David abrió los ojos demasiado  y, tras haber visto desnuda a una mujer hermosa, se le quedó a oscuras su decisión de ungido. Y, aunque él no vio la flecha que atravesó el corazón de Urías, fue David quien mandó ponerlo en la primera fila de las batallas. David fue, en su ceguera, quien dispuso la muerte del esposo para que sólo él, desde entonces, pudiera contemplar a Betsabé desnuda. Luego se pasó la vida componiendo música y solicitando con lágrimas perdones. Luego le vino nuevamente la luz, pero le duró hasta el final la amargura de haberse instalado en la sombra.

El ciego que nos relata san Juan, sin embargo, era de nacimiento  y había buscado desde el principio el milagro de ver las cosas en lugar de adivinarlas. Sabía que era musgo lo que tocaba por cómo se llenaban de humedad sus dedos y era capaz de sentir cerca el agua tibia de la piscina de Siloé. Por allí pasó Jesús y como Él venía de la luz porque la luz era Él, llenó de claridad el barro con que tocó los ojos de aquel hombre que hasta entonces no supo que el fuego era rojo y que son capaces los atardeceres y las miradas de volverse violetas con la ternura de la melancolía.

...Todos nosotros vamos en un columpio desde la luz a la sombra. Hay momentos, días acaso, en que la presencia de Dios es maravilla dibujando rayas de luz sobre las diferentes angustias. Hay días, momentos acaso, en que se nos desnuda el deseo y se tornan ciegos los instintos del egoísmo y de la duda.

Sin Dios,  pronto nos alcanza el mal genio, creemos que son amarillos los pimientos rojos y que la sal en las salinas es una montaña de espumas. Con Él, la luz nos regala cada mañana el lazo blanco de la vida.




14 marzo, 2014

DOMINGO II de CUARESMA. Génesis 12, 1-4. Mateo 17, 1-9

La noche estrellada. Van Ghogh

AMISTAD Y ESTRELLAS



En esa casa como en todas las casas, había rutina y papel, jarros y palanganas con agua; había lana espesa para sentarse a meditar con el cuenco en la mano lleno de caldos y había lana más espesa aún para acostarse y mirar por las rendijas de la tela cómo vive la noche su escasa madrugada.


En esta casa había amor, como en casi todas las casas. Pero esta casa no era como todas las casas de cimientos y paredes, de cuadros colgados y lavamaniles de plata. La casa de Abraham y Sara era una tienda de tela fina y recia. Y Sara, por las tardes, la iba pintando con estrellas.

-¿Por qué pintas estrellas, Sara, en lo más alto de la tienda?. A poco que me descuido vas a por los colores escondidos y te pasas las horas dibujando puntitos de luz, unos más abiertos, otros con menos resplandores… como si no quisieras que a la noche tuviésemos que encender los aceites.

Y Sara no decía nada, pero seguía pintando mientras Abraham oraba de rodillas ensimismado sobre el pico de sus alfombras.

Él no sabía aún que, en cada estrella nueva, Sara quería reflejar la luz de esa amistad incondicional con que el patriarca abrazaba a su Señor.

Sal de tu tierra… y Sara pintaba una estrella más alta porque estaba segura que Abraham tomaría sus animales y sus lienzos, los espumosos azules de su infancia, sus esclavas, sus arcas y sus vinos y se la llevaría adonde Dios dispusiera.

Serás una bendición… Sara mezclaba de nuevo el polen violeta de los lirios con escapadas de luna hasta poner en lo más alto de la tienda la estrella inabarcable de la esperanza.

El cielo, por fin, se llenó de estrellas, las mismas que hoy alumbran nuestra noche, porque ser amigo de Dios a la manera de Abraham merecía el reflejo de una luz interminable, de un ojo perpetuo en las estrellas de la noche.

Hasta que un día Sara dejó de pintar porque Abraham, su esposo, ya había alcanzado los extremos de sentirse amigo. Y porque a Abraham alguien le dijo silenciosamente que Jesús, en un descuido, juntaría todas esas estrellas en el Tabor para que fuesen aprendiendo sus amigos.


08 marzo, 2014

DOMINGO I de CUARESMA. Génesis 2, 7-9ss ; Mateo4, 1-11

Jardines de Roma

PARAÍSOS PERDIDOS

Desde que fue creado, nunca se conformó el hombre con la quietud de los jardines. De entre las rosaledas, surgían las fuentes y se despertaban perfumados los membrillos. Y todo el año había uvas doradas, violetas, estremecidas de jugo a la par que las higueras se refugiaban en los granos de su dulzura... Así debió ser el Paraíso, pero al hombre le parecía poco tanta belleza y quiso saber qué escondía en su copa aquel árbol distinto del que Dios prohibió comer sus frutos.

En la Sagrada Escritura se nos recrea la conducta conocida, vieja y esperanzada de la humanidad. La serpiente seduce a la mujer con un conocimiento pleno si muerde la manzana y Adán, sujeto igual que hoy a su embeleso, decide con Eva hincarle el diente al misterio que Dios se ha reservado para sí. El resultado aquella desmedida ambición, de tal desobediencia, es el mismo que sufrimos hoy: desnudez y exilio, trabajo, sudor, escalofríos, lluvias de azufre, intactas agonías y, menos mal, que Dios les  permitió, y nos sigue permitiendo, la posibilidad de recuperar algún día el regalo perfecto de su paraíso.

...A nosotros, cada mañana nos ofrece la vida una selección exquisita de necesidades. Nada hay más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí.. el eco de esa canción nos persigue. Como si aquello de lo que carecimos fuese indispensable. Como si otras bellezas no nos hubieran colmado lo suficiente. En bandejas de plata se nos ofrece ganar más a costa de quien sea, salir de los muslos de la rutina a la búsqueda de otros más enjoyados de juventud y engaño. En otras bandejas nos muestran una falsa libertad a cambio de que Dios desaparezca de nuestros proyectos, porque los periódicos dijeron en su momento que Nietzsche lo había matado en el paredón de sus ideologías.  Más bandejas nos muestran encendida esa mentira de que la vida empieza cuando algunos suponen, interesadamente, que debe comenzar.

Bandejas, tentaciones al fin que, al caer en ellas, nos dificultan recuperar el Paraíso y tampoco nos permiten gozar del otro paraíso de los buenos amigos, de una paz acaudalada que nace cuando se conoce y se ama debidamente, cuando se comparte el pan de la mesa y el brillo de las frutas. Se pierde también el paraíso de este mundo al no saber que ese perfil de sombra a nuestro lado es el Dios deseoso de ser reconocido en lo difícil de la vida, en los metros de la abundancia.

Paraísos perdidos por unas monedas con las que no se puede comprar nada que merezca la pena. Es hora de seguir a Jesucristo y esperar con él a que los ángeles nos sirvan.

02 marzo, 2014

DOMINGO VIII del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 49, 14-15 ; I Corintios 4, 1-5 ; Mateo 6, 24-34

Calles de Beriso


SOMOS PROVIDENCIA

Apenas si se nota el agua sobre las calles mojadas. Pero sobre las calles secas, cualquier gota de rocío es un acontecimiento dichoso, una zozobra de humedades. Igual en los corazones, en todas las necesidades, en el murmullo de la tristeza... el alivio de unos ojos a tiempo, la mano fuerte que asegura, la seriedad aparecida de un pecho abierto son garantías de Providencia. Dios tiene en cuenta todo para presentar su amor diario en mangas de camisa.

No os agobiéis. No tengáis agobio. ¿Por qué os agobia el qué comer o el qué vestir?. Agobio repetidamente en este evangelio de san Mateo mientras los pájaros suben a sus nidos satisfechos y los lirios mecen su hermosura vanidosa abriendo su flor de cristal a las mañanas. Dios es Providencia. En nuestro mundo de creyentes lo que sucede no es casualidad, es Providencia. Pero Dios se vale de nuestras manos para cumplirla, de nuestro corazón para sentirla y de nuestra generosidad para presentar su figura de Padre sobre un mundo que sabe más de montañas que de llanuras.

En Beriso, una barriada pobre de La Plata (podría ser de cualquier parte del mundo, España incluida), jugaban los niños al fútbol con pelotas de goma, se limpiaban los labios de no haber comido con la faldilla de las hojas caídas y casi todos llevaban un dolor opaco en la negra punta de sus ojos. Para ellos, la Providencia quiso enviarles un buen cura, de los que saben echarse a reír con los agobios, de los que trabajan como si no hicieran nada, para sobrevivir con ellos al pie de la miseria. Ahora, gracias al padre Julio César y a quienes le acompañan, estos niños juegan con balones de cuero, se limpian con papel la carne que les sale de los labios y, por fin, ya no hilan la vida con el pespunte de su tristeza...

A Pandora le advirtió Zeus que no abriera nunca la caja que llevaba en sus manos. Pero la mujer, curiosa y con miedo de no saber su contenido, abrió la tapadera y de ella salieron todas las desgracias, menos la esperanza... Algún día se cumplirá toda la justicia que anhelamos y esta esperanza niña de hoy, dentro aún en la caja de Pandora, saldrá con la lozanía de una mujer hermosa para decirnos que Dios, muchas veces desde nosotros, siempre cumple en sus hijos lo que promete.