30 noviembre, 2013

DOMINGO I de ADVIENTO. Isaías 2, 1-5 ; Romanos 13, 1-14 ; Mateo 24, 37-44

DISPONIBLES


Se pasaba la vida  --interpreto una parábola de Bucay-- pidiéndole a Dios signos para organizar su vida hasta que un día soñó con un cervatillo herido frente a un puma que saltaba para devorarlo. Sin embargo, lejos de lo que podía esperarse, el puma le lamió al cervatillo las heridas,  le acercó con su boca ramas tiernas y le puso delante como pudo un cuenco lleno de agua.

Ya está  --se dijo-- Dios quiere que me ponga al borde de un camino a esperar que alguien pase y me ayude... Y así lo hizo.  Pero cuantos iban pasando apenas si le miraban, tan sano y capaz como parecía. Y el muchacho se entristeció al creer que Dios le había engañado, que la gente con él no respondía. Y se lo contó así a un anciano que miraba no se sabe bien qué horizontes y que supo traducirle, desde la esquina de los años, el signo de Dios en su sueño:

-En lugar de ser tú el ciervo herido, debiste escoger la figura del puma. Dios te pide que ayudes, no que te sientes a esperar de los demás lo que tú estás en condiciones de hacer...

Parece ser que los romanos vivían en duermevela, ya que san Pablo les fustiga: ¡Espabilaos, es hora de despertarse!. Y en el evangelio de este primer domingo de adviento, el Señor nos recuerda también desde san Lucas la necesidad de estar preparados. Preparados para servir. Disponibles para recorrer el largo viaje de esta vida, entre espejos que no reflejan la luz que llevamos detrás de los ojos, entre viejas fotografías de parientes que ya nadie recuerda, viendo como los tiempos se suceden a sí mismos y el ámbar se abre paso en medio de la sombra. Las maletas no descansan en el altillo de los armarios dispuestas a trasladar las conciencias, acostumbradas a dejarse la piel en la memoria de lo que queremos que sea olvido. 

Disponibles nos quiere el Señor para la vida. Dispuestos a ir con Él por sus extraños caminos, subidos al barco y a la tarea de apagar con sus manos el ruido del mundo.

24 noviembre, 2013

DOMINGO DE CRISTO REY. Lucas 23, 35-43

Alhambra. Patio de los Reyes

LOS MALHECHORES

En la culminación del año de la fe y último domingo del tiempo ordinario, nos presenta  san Lucas a un Cristo con corona de espinas, crucificado entre dos malhechores, hecho rey universal, majestuosamente servidor.

Los malhechores que nos refiere el evangelista, representan hoy a la misma humanidad de entonces: dos tipos de personas, dos maneras de creer en Jesucristo. El que se dirige a Él para que solucione los problemas de su vida y el que lo invoca para ofrecerle su confianza y su amor. El que pide y el que ofrece.

Cristo ahí, clavado, muestra una vez más que su reino se manifiesta por la misericordia. Los daños que han llevado a estos malhechores a la cruz se desconocen. Cristo tampoco los pregunta. La raíz de su palabra es que se lleva con Él al Paraíso a cuantos creen en el paraíso de su promesa. Porque Jesús hace justicia de ese modo: quedándose con lo último del hombre sin tener en cuenta sus delitos.

Y ya que su Reino es de Vida, a ella invita, a una solazada forma de vivir, la que comienza después de que se limpian los daños, la regalada vida, la luminosa y sabia vida que alcanza el que vive cerca del Maestro. Ah, qué pacífica luz la suya, cómo se le desclavan las manos mientras se va cumpliendo en el deseo, a golpes de sangre,  su palabra.

Este nuevo Rey, también, ha perdido en el campo de batalla las espadas. Nos ofrece sólo paz, su paz nos deja y el corazón entonces deja de mendigar rencores porque la polilla muere envenenada por la saliva del beso. Ah, de nuevo fray Juan de la Cruz nos recuerda que Dios reina en el alma pacífica y desinteresada. En el alma sin memoria de guerras.

Definitivamente, a este Rey de la Verdad  nunca se le caerán las piedras de su corona.

16 noviembre, 2013

DOMINGO XXXIII del TIEMPO ORDINARIO. Miqueas 3, 19-20

LA SALUD EN LAS ALAS


...Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

Esta preferida cita de Miqueas, que lleva luz y viento en la intención y en la palabra, abraza hoy el sentido litúrgico de lo que significa la Iglesia Diocesana. La Iglesia, por venir de Jesucristo y por lo que hace, lleva la salud en las alas.

Antes de hacerme tres preguntas cuyas respuestas todos deseamos, agradezco a Dios profundamente que avive con la llama de su Espíritu mi amor a la Iglesia: ella es el lugar donde descansa mi pensamiento, donde mi amor se cumple.  Y ahora, la artillería :

-Tiene algo que ver la Iglesia de hoy con la que fundara, hace veinte siglos, Jesucristo?

Las primeras comunidades que relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, corresponden a una Iglesia doméstica en sus comienzos, sin que un número significativo exigiera lo que hoy llamamos una infraestructura. Hoy somos alrededor de mil cuatrocientos millones de católicos, que precisan atención pastoral, constante búsqueda de la verdad profunda de las Sagradas Escrituras, permanente solidaridad y conocimiento en comunión con todas las iglesias. Son indispensables los servicios y las personas que hagan posible una interrelación tan compleja y universal.  El Amor es el mismo. La persona de Jesucristo que encarna ese amor sigue inalterable. Los principios y los valores nunca pedieron su brillo.

-Por qué no se venden las cuantiosas riquezas que en obras de arte y propiedades posee la Iglesia y se reparten entre los pobres?

La historia y la cultura han legado a la Iglesia una incontable riqueza significada en sus museos, en las catedrales, en sus edificios... La Iglesia no es rica, cuanto tiene está al servicio de todos y sus obras de arte son patrimonio de la humanidad, no son fungibles. Quién podría adquirir Las Piedad de Miguel y para qué... La Iglesia garantiza así la universalidad de su hermosura. Por otra parte, si todo se pudiera vender, apenas podría solucionarse un rincón del inmenso agujero de pobreza que asombra al universo. Por ejemplo, con esa hipotética venta puede que se resolviera ahora las consecuencias del tifón que asola a Filipinas. ¿Y el próximo tifón, con qué se paga?.. No. Los culpables de tanta miseria somos todos y la injusticia de quedarnos con lo que no nos corresponde y la ambición desmedida y la caridad atrofiada. Lo que urge es cambiar el corazón del hombre.

-¿De dónde viene y adónde va el dinero de la Iglesia?

Viene de tres fuentes principales: Del porcentaje que le corresponde, a raíz de la libre y voluntaria asignación, que los cristianos marcan en su casilla de la renta (IRPF). De la aportación convenida por grupos cristianos a su parroquia para el sostenimiento de su cáritas y pago de los servicios (luz, agua, empleados, sacerdotes...) cuyos beneficio ellos son los primeros en recibir. Y de las colectas dominicales.

 Y el dinero que recibe la Iglesia en España va a: Ahorrarle al Estado al año casi cuatro mil millones de euros en sus centros concertados que abaratan a la mitad lo que cuesta una plaza en colegios públicos. A cuatro millones trescientas mil personas que han recibido prestación alimentaria y, en bastantes casos, múltiple por su extrema pobreza. A 304 centros de promoción del trabajo, más 103 de rehabilitación de drogodepenbdientes. A 142 hospitales, 235 guarderías, 821 casas de ancianos... podríamos seguir.

Nadie como la Iglesia comparte más con lo que recibe. Hoy no son precisos los reproches, sólo manifestar las evidencias.

09 noviembre, 2013

DOMINGO XXXII del TIEMPO ORDINARIO. Macabeos 7, 1ss ; II Tesalonicenses 2, 16ss ; Lucas 20, 27-38

Vida doblegada. Sierra Morena


LA FE NO ES PARA TODOS

Esta mujer del evangelio de san Lucas que se fue quedando viuda de todos los hermanos de su primer esposo,  y la pregunta saducea de con cuál de ellos pasará la eternidad, remite a una curiosidad tramposa, a una exigencia humana de la revelación del misterio. La otra vida  --viene a decir el Señor-- se vivirá sin las limitaciones y las  perplejidades de ésta, sin la estrechura del tiempo y los deseos, sin los apetitos de una carne que reclama su mordisco de frutas. Seremos como ángeles, aunque vestidos de nosotros mismos, que olvidaran para siempre la desdicha y se podrá ir, de un sitio a otro, sin que nos haga daño el sol ni la luna de noche...  Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan. Vivir en la otra vida será un vivir sin sombras.

Creer que esto será así, sin saber bien cómo será, es clave en el corazón del buen creyente que no interroga a Dios, sino que se asoma al lomo de los horizontes descubriendo en cada amanecer un poco más de luz, como el suficiente pan de cada día que pedimos en el padrenuestro. Pero esta fe no es para todos, escribe san Pablo a los de Tesalónica; no sé si nuestro mundo es malvado, como aquel de su carta, pero sí hemos de acostumbrarnos a la batalla continua de los que nos acompañan con algodones y astucia, dispuestos a empapar las diferentes sangres de la duda. 

Creer en la eternidad de Jesucristo es rechazar con buenos modos las razones de los calculadores que nos vienen con sus maquinitas de la verdad intentando amaestrar las voluntades, como si el corazón del hombre estuviera hecho sólo de números  y no amores y misterios. La fe es una mano fuerte que quiebra el tarro de los perfumes para que el mundo huela a Dios y los eriales se llenen de naranjas.

03 noviembre, 2013

DOMINGO XXXI del TIEMPO ORDINARIO. Lucas 19, 1-10

árbol entre amarillos

SUBIRSE A UN ÁRBOL

Jesús tenía que pasar por allí. Rodaban por el pueblo, en ovillo, sus palabras. Se multiplicaban sus milagros en la conversación de unos y otros... Tanto clamor llegó a oídos de Zaqueo, que sintió curiosidad por aquel Maestro al que todos admiraban y que él no podía ver por ser bajito. Bajo de estatura y bajo en su consideración por ser recaudador de impuestos y haberse hecho rico a costa de los demás. Zaqueo necesita un árbol para ver a Jesús, más bien lo necesita para que Jesús pueda verle. Y encuentra una higuera, un nivel de altura, física y moral, suficiente para descubrir los ojos deseados que, como fray Juan, también lleva en sus entrañas dibujados.

A Zaqueo le encajan de maravilla estos versos que Ricardo Molina le dedica a Luis Cernuda:  

...Y todo lo dejaste por el árbol
eternamente verde de la vida.
Mirar, gozar, amar, vivir, morir,
morir para nacer, vivir de nuevo.

La salvación entró en casa de Zaqueo porque Jesús miró al árbol eternamente verde de la vida y se encontró con él sin que  le diera tiempo a esconderse detrás de sus dineros. Fue la luz demasiado ancha para tan poca sombra. Y tuvo que morir para nacer, vivir de nuevo desde los ojos del Maestro.

Zaqueos y bajitos somos casi todos. 

Hoy la Iglesia quiere que busquemos afanosamente un árbol, una cierta altura espiritual para ver las cosas de otro modo; para que, en esa órbita, se crucen los ojos de Jesús con los nuestros y muramos para nacer, para vivir de nuevo.