29 septiembre, 2012

DOMINGO XXVI del TIEMPO ORDINARIO. Santiago 5, 1-6 ; Marcos 9,38-43ss

PIEDRAS DE MOLINO


Estamos acostumbrados a que sea el apóstol Pedro quien se precipite con palabras sin reflexión o a que arda entre saltos al agua y entusiasmos, pero en este evangelio de san Marcos es Juan, el amado, el predilecto, quien muestra su error con la pregunta: 

-¿Qué hacemos con uno que está expulsando demonios en tu nombre y no es de los nuestros?

-No se lo impidáis, porque aquel que os dé un vaso de agua por ser discípulos míos, no quedará sin recompensa. Escandalizaos más bien por aquel que ponen trampas a los pequeños que creen en mí, tratando de que caigan en el olvido o en la nada. A ese, más le valdría que lo arrojaran al mar con una piedra de molino atada al cuello.

...Apenas se escandaliza nadie en el mundo de hoy. Poco a poco todo va pareciendo natural, lógico, consecuencia de una libertad sin estatura o de unos derechos que "hemos conquistado". Pero la violencia sigue estando en los corazones y en la calle amenazando el porvenir con sucesivas ruinas.  A los criterios y pareceres de hoy, sería provechoso recordar las palabras de Edith Stein, la santa carmelita martirizada por los nazis: No se debe aceptar ninguna verdad que no venga acompañada del amor, y ningún amor que no venga acompañado de la verdad.  Amor y verdad, debieran ser los mozos de ciego que nos iluminaran los comportamientos.

Entre los muchos escándalos que aún debieran sobrevivir para aplicar así un compromiso de bien con nuestra sociedad, estarían tres que sobresalen:

*Los que confunden a los débiles de pensamiento inculcándoles que el aborto no es un crimen, sino la consecuencia de una decisión que, en uso de mis facultades, ejecuto, porque en el vientre de una embarazada sólo hay un embrión, no una vida...

*Los que, injustamente, se enriquecen a costa de los pobres viendo, impasiblemente, cómo el hambre les llega a las gargantas, sin permitir que la fraternidad y la compasión les rompa los bolsillos. 

*Los pederastas, incapaces de medir las consecuencias de su capricho sin saber que, después de sus veleidades, no habrá quien seque el manantial de tristeza que dejará a los niños violentados, para siempre, sin su música.

A todos, una piedra de molino atada al cuello y arrojados al mar de la esperanza. Sí, de la esperanza, porque el que cree en Jesucristo tiene la posibilidad de pedir perdón y empezar de nuevo. Y porque son de los nuestros. Sin que esto signifique que la ley positiva deje de  cumplir su recorrido.




22 septiembre, 2012

DOMINGO XXV del TIEMPO ORDINARIO. Sabiduría 2, 12-17 ; Santiago 3,16ss ; Marcos 9, 30-37

La bandera en el cielo


CAÍN EN LA MEMORIA


Sin miedo a exagerar, podríamos decir que la historia de la humanidad está    señalada por la envidia. Los pies de Caín se llenaron de heridas y no pudo esconderse de la pregunta divina tras haber dado muerte a su hermano Abel por envidia. Agar y Sara, Lía y Raquel, Esaú y Jacob... ruedan  amarillos por las páginas del Antiguo Testamento envueltos en sospechas,  temerosos y aturdidos, desconfiados entre sí por miedo a que unos u otros puedan llevarse el manto de la importancia. 

Las guerras no son más que envidias puestas de pie con las uñas crecidas. 

Una boca grande que se come a sí misma, escribo en uno de mis libros que es la envidia, pero es más aún, es desolación y denuncia de la más terrible soledad personal, aquella que no se soporta porque no tiene nada que decirse y ha de echar mano a las apariencias para sentirse alguien. Los apóstoles del Señor también cayeron en la trampa de querer ser los abanderados y se lamentó Jesús de que la claridad de su palabra no hubiera servido para nada.

Para casi nada sirve el rastro que ha dejado la experiencia de tantos hombres civiles o eclesiáticos, zaheridos por la envidia de los menesterosos que, en lugar de haberse preocupado por agrandar sus virtudes, se conformaron con seguir pidiendo limosna a los que a su vez vituperaban... Sobrevivirán de incertidumbres.

Contra la envidia, humildad, que Jesucristo ha prometido abundancia para los que decidieron ser pequeños.






15 septiembre, 2012

DOMINGO XXIV del TIEMPO ORDINARIO. Marcos 8, 27-35

Guggenheim por dentro



¿QUÉ SABEN DE NOSOTROS?


Intuyo una cierta amargura entre los labios de Jesús cuando les hizo a los suyos la pregunta: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Si gracias al humo se sabe por donde viene el fuego, a los apóstoles, a Pedro, por como responden, se ve que no les ha llegado aún la quemadura. Alguno le contesta que es el Mesías, pero cuál de ellos: ¿el que le han dicho que dicen las Escrituras? ¿El que aguarda Israel? ¿ El que ha fabricado cada uno con los diferentes hilos de la necesidad?

Ni entonces ni ahora sabemos quién es Jesucristo: sólo un clamor de señales encendidas nos conduce  adonde no sabemos por la noche estrangulada y solitaria, a la espera de que, en un descuido del tiempo, se junte por fin Amado con amada.

Poco sabemos de Jesús. Sólo que se trata de un hombre que también es Dios y que colgó su misterio en una Cruz llevándose la llave de la sabiduría. Nos queda la contemplación y las ganas de abrir la cerradura... Cicerón comenta que fue Bías, el filósofo griego, quien acuño la famosa frase: me llevé todo conmigo, cuando tuvo que huir sin poder llevarse nada. Únicamente su sabiduría y su experiencia.

Jesucristo se lo llevó todo consigo, pero nos dejó su amor para que vayamos haciendo el equipaje. Nos dejó una cruz suficiente ajustada a la debilidad.

Poco sabemos de Jesús. Ni de nadie. Muchos de los que leen estas reflexiones nos conocemos casi desde niños, pero no nos conocemos a fondo, quizá tampoco haga falta. Basta con que la vida nos sorprenda queriéndonos. Porque cada uno de nosotros es la historia de mil raíces que se enredan dentro buscando para mamar el pecho verdadero... Antes de cada palabra ha existido el pálpito que la condujo hasta la boca. La emoción fue antes que el pensamiento. El labio antes que el beso. ¿Quién puede descifrar el pálpito, la emoción o las azules venillas del labio?

De cada uno conocemos la luz que le proyectamos. Y la mayoría de las veces, como con Jesucristo, en medio de la noche nos abandonan las estrellas.

08 septiembre, 2012

DOMINGO XXIII del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 35, 4-7 ; Marcos 7, 31-37

Goya. Autoretrato

HACERSE EL SORDO


A poco que uno se mire a sí mismo, descubre que el ser humano tiene más de fracaso que de acierto. Si el profeta Isaías nos anuncia que ha de llegar un día en que el cojo saltará como un ciervo, la lengua del mundo cantará y el páramo será un estanque, quiere decir que lo más llamativo en el alma es la mudez, la cojera y la sequía.

Nunca estuve muy seguro si es provechoso tanto análisis personal ni si es indispensable esa continua corrección fraterna. Los consejos que nos dan suelen ser tan confusos y sesgados como los propios. Por eso conviene que, para que se purifique la voz que nos fatiga, sea saludable hacerse con frecuencia el sordo. Hasta que llegue alguien que nos haga escuchar lo que conviene, aunque no sea lo preferido, y nos recomiende hablar lo justito para no engañar demasiado. Esta suerte fue la que tuvo el sordo del evangelio de san Marcos y que me temo no está siempre al alcance de los propósitos.

Personalmente puedo decir que en ciertas ocasiones me ha convenido hacerme el sordo:

-Cuando me pidieron rigores que no podía cumplir. (En las cosas de Dios andar como pudieres, escribió san Juan de la Cruz).

-Cuando me contaban la historia a través de gobiernos y de guerras y no desde la luz que aparece, desde la sorpresa de un amor que estalla y dulcifica. Nadie me contó que la historia verdadera llega cuando la mano del aire nos toca el pecho para que el corazón tenga su alivio.

-Cuando alguna vez me dijeron que era viejo o feo o torpe: -Ha pasado tu hora y lo que eras no deslumbra. Aquellos no sabían que siempre queda la flor de un apetito sin descanso por la carne y por el alma.

-Cuando me dijo uno que se tenía por sabio que la realidad es lo único que tenemos... De sobra sé yo que lo visible es apenas una lámpara chica que no está hecha para soportar tanta luz.

Sólo cuando un relámpago fiable me advirtió que estaba pasando Jesús, dejé de hacerme el sordo. Corre a que te limpie los oídos  --me propuso el relámpago. Corre a escucharlo antes que contaminen su palabra los de siempre.

01 septiembre, 2012

DOMINGO XXII del TIEMPO ORDINARIO. Salmo 14 ; Marcos 7, 1-8ss





Las manos del santo cura de Ars

MANOS LIMPIAS CORAZÓN LAVADO


En los árboles, el tronco es el capitán que gobierna, la sustancia del fruto, pero las ramas quienes achican el aire, las que soportan la levedad de los pájaros, las avisadoras de la lluvia a las hojas. Las ramas son el nervio visible de la sangre que oculta la madera. Pero puede que al tronco lo atraviese un rayo fugitivo y ya sólo puede esperarse de él ramas marchitas, hojas sin fuerza.

Así los seres humanos.

En el corazón habitan los desvelos, surgen como fuentes los amores, se amontonan las caridades y las manos son, entonces, ángeles de las palabras, oleaje de las conversaciones. Ellas se esfuerzan en pincelar el aire con la hermosura del alma. Sólo cuando el corazón es herido por el rayo de las ambiciones, se le desgarran inevitablemente las entrañas quedando las manos como pájaros sin horizonte, igual que memorias olvidadas.

Para los fariseos de este pasaje de san Marcos, son más importantes las manos lavadas que los corazones limpios, los ritos que las verdades, las ramas que el tronco. Para Jesús, el Maestro, si lo visible no es el fruto de un alma impecable, si las manos no enmarcan lo interior, son cáscaras vacías. 

Por eso, a los fariseos no los quiere en su casa. Para que el hombre habite en su tienda, dice el salmo catorce, es indispensable vivir honestamente, practicar la justicia, que en su corazón no haya calumnias ni difame al vecino con la boca. Y que el dinero no lo preste a usura.

Dios no puede vivir con los que roban, ni con los que acomodan la justicia según sus conveniencias. De ninguna manera con aquellos que calumnian a los honrados que quedan. Dios no vive en lugares ni en personas donde se presta dinero a unos intereses que no se pueden pagar y cuyo resultado es la ruina o la desesperanza de familias y pueblos.

... Ni  hay manos en el mundo que puedan medir tanta distancia entre los que así obran y el Dios que no cesa de acercarse en Jesucristo.