30 junio, 2012

SAN PEDRO y SAN PABLO. Hechos 12, 1-11 ; Mateo 16, 13-19

SAN PEDRO Y SAN PABLO                   
                                                                                                                    Restos de la  casa de San Pedro

Procurando sacar provecho y consecuencias a los estados del alma,  entiendo que los más señalados en los seres humanos pueden ser tres: Tentación, tribulación y prosperidad. De todos ellos se aprende. Con todos ellos se vive.

San Pedro y San Pablo, ejes y luz de la Iglesia, los tuvieron. Y hoy, cuando la cristiandad los festeja como capitanes de una barca grande, tratamos de ver en qué baranda pudieron sostenerse para no naufragar. 

TENTACIÓN. No nos dejes caer en ella... son las enseñanzas de Jesús como un ruego-salvavidas dirigido al Padre. Cayendo o sin caer, las tentaciones aparecen como amenidades en la rutina, como jardines de flores cortadas o como estrellas al alcance. En más de una ocasión nos acortaron los miedos. Otras veces,  aparentaron abrirnos las puertas con pretextos de libertad, disfrazadas en alas. 

Pedro dijo que no conocía a Jesús. Y acaso entonces fuera verdad lo que decía. El conocimiento le vino después, cuando el fuego le abrió, de par en par, el alma. Cayó en la tentación mirando la candela del patio y apenas si pudo esconderse en la mar de su llanto. ¡Ah, ninguna aurora detuvo la impertinencia del gallo!...

Pablo dejó que Esteban muriese porque consideraba a Jesús una impostura. Aquella persecución y aquellas muertes a los primeros cristianos, cerraron a la luz sus ojos hasta que en su larga noche apareció la luna indicándole un abismo distinto.

TRIBULACIÓN.  Las tribulaciones en el hombre vienen por creerse que el mundo de los sueños se ha hecho carne. En poco se parece la vida a lo que el amor ha imaginado desde su labio inmenso. Al fin, el hombre termina por perseguirse a sí mismo hasta que en su propia huída se encuentra con la mano grande de la fe que lo sujeta y le reorganiza sus pasos, esperanzadamente.

Pedro, maestro de redes y de amarres, de rutina y familias, tuvo que decidirse por la tempestad imprevista de seguir al Maestro. Su vocación, cambió los tiemblos del agua en temblores de fuego.

A Pablo le cayó encima el plomo de la mejor pregunta: ¿Por qué me persigues?... Y descubrió entonces que las aspas de su molino no molían y que sólo los brazos de la cruz nos habrían de dejar para siempre la harina de la vida.

PROSPERIDAD. Para unos, la prosperidad consiste en descubrir que están llenos los vasos deseados. Otros, tienen bastante con saber que pueden llenarse. Nada hay más personal que la abundancia. Ricos por haber descubierto a Dios. O ricos por la seguridad que supone la anchura de una cuenta corriente. La diferencia entre un convencimiento y otro está, como siempre, en la trascendencia de los resultados.

Pedro, acostumbrado a llenar sus redes al lado de Jesús y a la multiplicación de los panes y los peces, dio gracias al Maestro por haber colmado sus expectativas de hombre y de amigo.

A Pablo, se le llenó con el Espíritu la mano de palabras y comenzó a escribir y a escribir, como si quisiera sujetar las verdades del Viento que hasta hace poco había dejado volar. Y todas las mañanas se asomaría a la vida para llenarla con la luz del conocimiento y él mismo se habría de sorprender mirándose al espejo.

23 junio, 2012

DOMINGO XII del Tiempo Ordinario. Natividad de San Juan Bautista. Isaías 49, 1-6 ; Hechos 13, 22-26 ; Lucas 1, 57-66ss

El Bautista. Greco. M.Prado


¡VENIMOS DE TAN LEJOS!

Por mucho que se intente, nadie puede imaginar los infinitos que median entre el instante en que fuimos concebidos y la eternidad acechando detrás de las edades. Un ignorado día Dios dispuso querernos y, desde entonces,  el amor fue rodando alrededor nuestro hasta ser hoy lo que somos, confundidos aún, extrañados de que entre todos hayan urdido tantas maravillas y el misterio nos haya traído hasta aquí,  como un fruto reciente.

Seguramente nuestras madres, al sujetarnos por primera vez, exclamarían para sus adentros igual que los vecinos de Isabel se preguntaron en el nacimiento de Juan: ¿Qué será de este niño?.

Pero... ¡venimos de tan lejos!, ¡hay tantos hilos sueltos en nuestra historia! ¡Hemos recibido tal cantidad de amores y gracias, y tomadas tantas personales decisiones con sus propias consecuencias!, que ahora, en el dulce espejo del tiempo, Dios sólo desea que reconozcamos con agradecimiento la fe, ese tacto de papel de seda que nos ha conducido por fin a sentimientos estables, como jardines que hubieran estado ahí toda la vida. La fe, que borra con luz exagerada la sombra del pecado.

Juan, antes de nacer, ya saltó de gozo en el vientre de su madre. Algunos de nosotros, casi al final, con los saltos que nos permiten los huesos quebrantados, vivimos la inmensa alegría de reconocer a Jesús en el vientre de todas las cosas, en los lomos del agua, en los viejos amigos, en el dolor de algunos momentos, en los párpados blandos de los ciegos del alma... Y  saberlo dentro, recomponiendo con paciencia la perdida hermosura.


De corazón, felicidades a los Juanes

16 junio, 2012

DOMINGO XI del TIEMPO ORDINARIO. Ezequiel 17,22-24 ; Marcos 4, 26-34

cielo y granos
DOS ORILLAS

Puestos a comparar, el hombre tarda en llegar a Dios casi lo mismo que el grano sembrado hasta convertirse en cosecha. La ancha orilla que separa el grano de la espiga, se recorre únicamente subidos a la barca del esfuerzo, la oración y la paciencia.

Para que el grano de la palabra de Dios comience su tarea, es preciso abrir los surcos en la tierra herida, aventar lo cerrado y despertar los abonos que la misma naturaleza derrama desde su alforja. Herir la tierra es buscar el silencio, acomodarse a la hechura de los mandamientos y apetecer el desasimiento de todo lo criado.

La oración alisa lo escuchado en la divina Palabra,  pone música al doloroso ajuste interior, templa la imaginación y la traslada al jardín de los enamorados, donde el dolor no duele y se va al trabajo en volandas, como si el cielo te empujara.

Paciencia se ha de tener hasta que el grano muera y le dé tiempo a navegar por la sombra de la tierra, desesperadamente, en busca del fruto primero de la luz. Una vez que asoma la cabeza, el grano se vuelve trigo y el trigo se convierte Pan y el  Pan solo se basta para que las próximas heridas en la tierra duelan menos y a la oración se vaya con más apetito y en lo oscuro de la tierra alumbre siempre la luna.

Mientras tanto, la única misión del Sembrador es evitar que nada ni nadie interrumpa en el hombre el inigualable destino de su Palabra.

12 junio, 2012

DOMINGO del CORPUS. Éxodo 24,3-8 ; Marcos 14, 12-16ss-

CORPUS

El tiempo  --no así la eternidad-- sí tiene espejos. Y en ellos ha quedado el vaho de la voz y la promesa de las tres más significativas alianzas que Dios ha hecho con el hombre: Abrahám, Moisés y la definitiva con Jesucristo, en la anchura de su cuerpo visible   y su permanencia en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Y en todas esas alianzas, como en el estribillo de un poema,  la misma promesa con diferentes palabras: Haremos lo que Dios nos pida. Luego viene la verdad de lo cumplido por el hombre y comprobamos que el río ha terminado ahogando la promesa.

Por más que hoy quieran interpretarse a la comodidad de algunas generaciones, las palabras de Jesús de que es indispensable comer su Cuerpo y beber su Sangre  para tener vida y gozo abundante, no tienen acomodo en quienes defienden que celebrar la Eucaristía no es condición para creer en Jesucristo.  En ciertas presentaciones nos suelen aclarar: Diego, Juan o Emilia... no son cristianos practicantes, pero son muy buenas personas. Como si la bondad supliera al seguimiento. Com si fuera lo mismo ser bueno que ser santo. Hay mucha gente buena en el mundo que no son cristianos. Pero el creyente tiene un compromiso con la persona de Jesús y con su Vida permanente en la Iglesia. Haremos lo que Dios nos pida... siempre que no nos pida aquello que no queremos hacer. Obrar así en una manera de hacernos trampas en el solitario.

Y no solamente los domingos (nadie come una vez a la semana), sino cada día, siempre, porque el amor no deja de gemir hasta que no se funde en el corazón del Amado. Hace ya unos meses, fui a darle el pésame a la viuda de un poeta cordobés, buen defensor del cristianismo. Su mujer me respondió: No crea usted que mi esposo era tan creyente, que sólo iba a Misa los domingos...

Comerse a Dios, y todos los días si es posible, aseguran los pasos del hombre y deja en el alma un anticipado delirio de lo que debe ser el Paraíso.



03 junio, 2012

DOMINGO DE LA STMA. TRINIDAD. Det. 4,32ss ; Romanos 8, 14-17 ; Mateo 28, 16-20

TRINIDAD Y VIDA

Es inútil perder el tiempo otra vez en descifrar misterios. Como la rosa de Juan Ramón, así son ellos, ocultos y reales, van de vuelo siempre y aparecen a ratos en el horizonte del pecho, pero no se dejan tocar. Los misterios están para que les llamemos misterios. Y siempre hay una calle tapiada en su laberinto. Así el de la Santísima Trinidad.

Nos queda, sin embargo, una conclusión desde la humana experiencia: tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu con la vida, significan la vida. Y no una vida cualquiera, sino la que se cumple en el amor y sólo en él tiene sentido.

EL PADRE no nos crea de la nada, porque la nada es ausencia de todo proyecto, una vaciedad sin sueños. Para crear se precisa un corazón grande que desee, un fuego interior que no se soporte más a sí mismo. Dios Padre se entretuvo en tatuar nuestros nombres en sus manos y nos lleva de un lado para otro del tiempo a la espera de la eternidad. Nos ha dado la vida para que seamos libres, pero Él sabe muy bien que fuera de su amor no hay destinos.

Zarandeado, no obstante, por la ignorancia, el ser humano ha confundido su trayectoria en multitud de ocasiones. Nos ha perdido la debilidad. Y el pecado quebró la brújula que señala lo verdadero. EL HIJO nos ha salvado de ese abismo dándonos desde la Cruz una vida renovada y portentosa. Y ha sustituido el viejo corazón cansado por otro corazón más fervoroso.

Desde la salvación de Jesucristo se nos ha quedado en el paladar una sed insatisfecha, unas ganas de descubrir más y más lo apetecido, una voluntad que no sabe bien donde acudir de tan desesperada. Hemos de seguir viviendo, pero sin su figura, sin el aprieto de sus manos, sin su voz. El Señor Jesús se ha transformado en Viento y en caricias. SU ESPÍRITU SANTO nos ha mejorado la vida dulcificándola y defendiéndola, quitándole fatigas. Seguimos siendo los mismos, pero en nuestra vida con Él hay ahora más luz. Hay mejores deseos.