09 julio, 2011

DOMINGO XV del TIEMPO ORDINARIO. Romanos 8, 18-23 ; Mateo 13, 1-23

COSECHA Y GEMIDO

Desde la más alta ventana estuve contemplando a solas la llanura de la vega, el asomo de los frutos a la tarde, cómo las espigas saludaban a la caricia del viento. Un poco más allá de la mirada inmediata, los olivos constantes añadían su verde seriedad al inicio de la primavera... Los campos de Andalucía tienen alma y corazón y coraje. Nuestros campos son geografía y pizarra desde donde más claramente puede explicarse la parábola del sembrador, que una vez más Jesús, el Señor, nos refiere hoy como una gran esperanza.

Sólo desde el gemido silencioso de los campos se puede extraer esa enseñanza, porque es en el silencio donde el misterio se presenta sin posibilidad de manipulación, escribe Abdelmumin Aya. En la tierra de los campos se derrama fatigosamente la semilla y allí queda quieta, expectante, como una novia aguardando su ramo.

A mi parecer, no necesariamente hay seres humanos distintos con tierras diferentes. La variedad del aprovechamiento puede darse con frecuencia en una sola persona, según estadios o situaciones de su vida, dependiendo de la luz o de lluvia, de sequías o desbordes.

El grano sembrado al borde del camino puede relacionarse con la etapa más indefensa de nuestra vida: somos entonces pequeños para entender, desasistidos para la fidelidad: se precisa la constancia de la familia argumentando la validez de la Palabra, la vigilancia y la conservación de lo sembrado. El terreno pedregoso se convalida con los años en que las influencias de los amigos, el colorido de las circunstancias y el natural propenso al poco esfuerzo (las zarzas), dificultan el crecimiento del grano interior, dispuesto siempre a reventar en luz. De mayores, los afanes y ambiciones, la fosforescencia de los horizontes, son también zarzas crecidas que impiden el sereno gozar de Dios, la mansedumbre de su abrazo... Hasta que poco a poco las decepciones sirven de arado para mover la propia tierra y disponerla a la aventura de lo verdadero, a la paz que reclama aquel primer grano de cuando niños. Al fin, con la ayuda de Dios, todo será en nosotros una inocencia que se va cumpliendo, una mano que descubre el asombro tras el velo.

02 julio, 2011

DOMINGO XIV del TIEMPO ORDINARIO. Romanos 8, 9ss. Mateo 11, 25-30

El santo cura de Ars

LOS SABIOS

Según las palabras de Jesús en el evangelio de San Mateo, los sabios de este mundo tienen demasiadas ocupaciones intelectuales como para entender lo sublime de la Revelación. O acaso lo dijera con ironía entendiendo que, entonces como ahora, se les llama únicamente sabios a los que saben darle nombre a las estrellas pero desconocen el por qué del instante preciso en que la luz las baña. Sabios que no están dispuestos a asumir, como Santa Teresa, que todo nos viene de Su mano.

Para el gobierno de las sociedades y para el gobierno de sí mismo, Aristóteles reclamaba la sabiduría de la virtud, que acerca todo pensamiento al bien común desde la encendida constancia de la fe, que equilibra la voluntad y sabe descubrir la mirada de Dios en cada cosa.

Suele decirse que el ser humano ostenta doble o múltiple personalidad. Que unas veces se le llenan los ojos de tierra y otros de espuma. Pocas se afirma, con San Pablo, que en la estrechura del ser cohabita el alma, sin parpadear en su destino de cielo; y el cuerpo, sujeto a los sabores inmediatos, encadenado al perfume de la rosa. La feliz convivencia sólo es posible con la virtudes que propone Aristóteles para el buen gobierno, entre las que debe destacar la obediencia al seguimiento de Cristo como garantía de lucha y de conquista. Virtud también de aunar lo más posible los resplandores partidos, de una y de otro, agradeciendo que todo venga de Dios, que todo nos llegue de su mano.