28 marzo, 2010

DOMINGO DE RAMOS. Lucas 19, 28-40


LA GRANDEZA DE LOS GESTOS PEQUEÑOS


Levantarse, sacudir las alfombras de la mañana, decir los buenos días con la seguridad de que van a ser buenos, descargarse de los olivos el aceite con que untar el pan de los más grandes sabores, la taza limpia del café, besar la luz al salir dando al Señor las gracias... son los pequeños gestos de cada día que ennoblecen la forma de comenzar la rutina.


El evangelio de hoy, junto a los ramos ya benditos, nos ofrece este mapa de insignificancias que señalan la felicidad que guardan las maneras antiguas de vivir, esas que nuestros hijos sacan de vez en cuando de las vitrinas para descubrir la solemnidad de lo simple. San Lucas nos muestra que en la aldea de enfrente, hay un asnillo atado con la particularidad de que nadie se ha atrevido a montarlo, todavía. Los discípulos han de ir allí para desatarlo. Y si sus dueños preguntan por qué se arrogan ese el derecho, ellos tienen que decirles que el Señor lo necesita...


Son las cosas pequeñas de las gentes sencillas que apenas si tienen nombre. Se desconoce la aldea, cómo se llamaban los dueños del asnillo, por qué el animal estaba atado... como asimismo quedan en la sombra el destino de tantas rosas disipadas, el amor que ocultan en sus colores las mariposas... Un pájaro debió sobrevolar aquella mañana temiendo que ese fuera el último aire, su último sueño.
Y lo más destacado, lo sublime: decidle que el Señor lo necesita. Sabemos que la salvación del mundo está acabada en Jesucristo, pero Él ha querido dejarnos los últimos retoques, el ablandamiento de los colores sobre las ansias del alma, la bondad añadida al entusiasmo, la palabra justa que puede liberar de su tristeza a las carnes cautivas. Porque el mundo, escribe Ermes Rochi, no pertenece del todo a los que lo salvan, sino a los que lo mejoran... El Señor nos necesita para corregir de este tiempo los agobios, el miedo y las ausencias de los descreídos, de los que no consideramos, de tantos como faltan en la mesa común porque nunca tuvimos en cuenta que ellos también esperan su banquete. El Señor nos devuelve en los ramos continuos el triunfo gozoso de las cosas sencillas. Y nos recuerda cuánto de nuestro amor Él necesita.

20 marzo, 2010

DOMINGO V DE CUARESMA Isaías 43,16-21 ; Juan 8, 1-11





LO NUEVO YA ESTÁ BROTANDO




Isaías, con su mejor palabra en el aire, se convierte hoy en el profeta de la esperanza. Sobre todo, cuando en nuestro entorno podemos comprobar las muchas personas que pierden el juicio por no haber podido digerir la historia de su vida. Lo viejo y antiguo, en lugar de brotar, se estancan como aguas podridas en la memoria impidiendo los verdes ramos de un tiempo recién estrenado: el tiempo nuevo de Dios sobre nosotros.




Es imposible, y en muchos casos no depende de la persona, manejar los recuerdos, fundamentalmente aquellos que nos hirieron en nuestra infancia o los que, desde cierta libertad, escogimos como una forma de vida. Ni creo que sea del todo bueno olvidar aquello que hicimos, por otra parte irremediable. Pero sí estoy convencido que, al evocar la propia historia, debe ser purificada, como se despuntan las esquinas de los cristales para que no lastimen o como nos colocamos gafas de sol en los fuertes días del verano para amortiguar el exceso de luz que no soportan nuestros ojos. Dios ocupa las noches para llenarnos el sueño de un necesario olvido y empezar así el día como si fuera el primero, con la página en blanco de la hoja. Borrón y cuenta nueva.



LOS OJOS EN LA TIERRA


En este evangelio de San Juan quedan en evidencia como pecadores los que van por la vida creyéndose santos.
Me subyuga el gesto de Jesús de mirar a la tierra y escribir sobre ella, mientras los fariseos señalan con el dedo a una mujer desvalida que aguarda un castigo terrible: la lapidación.
Por dos veces, Jesús mira a la tierra para que no estalle su luz en los ojos de los intransigentes. Para no regalarles la mirada a quien no se la merece. El desprecio más grande es que alguien hable contigo sin mirarte, que no se pueda descubrir la claridad en las intenciones que el otro quiere trasmitirte. Jesús no mira a los fariseos porque no los considera dignos de sus ojos, mientras tiene ojos de misericordia para una mujer que transitó un camino equivocado por no tener, quizá, la luz de unos ojos que la guiasen. Ahora ve cómo se marchan sus verdugos una vez que la verdad descubrió sus vergüenzas.
Lo peor es quedarse sin la luz de Dios. El infierno debe ser eso: darte cuenta de que Dios no te mira y sufrir eternamente la sombra.



















































13 marzo, 2010

DOMINGO IV DE CUARESMA. 2 Corintios 5,-17-21 ; Lucas 15, 1-7. 11-32



UNA CRIATURA NUEVA



Cada vez hay más personas asombradas, mirando el infinito por las calles, sin preocuparse que ha salido el sol, que los niños están en lo suyo de vivir y los viejos en lo suyo de morirse. Cada vez hay más viejos en las esquinas, en las colas de los bancos, en las listas de los viajes y las vacunas: supervivientes ajados de este gran orfanato de la vida.


Desde lejos y de pronto llegan san Pablo con su palabra recién salida de la boca del tiempo: Si uno es cristiano, es criatura nueva. Lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo... Y el corazón, entonces, y la risa se vuelve más alegre porque la historia, la irremediable historia de cada uno, más cerca del barro que del oro, se siente atravesada por la luz infatigable de la misericordia divina. Jesucristo, enamorado de las criaturas, no quiere junto a sí la sombra de los delitos y estrena, en el corazón que escucha y se le abre, una fuente con alma, de esas que disimulan el llanto con el agua y la felicidad con la música de los surtidores. Una fuente nueva donde vienen a beber los pájaros sedientos y Él mismo se multiplica, dichoso, en sus cristales.




TRES PUNTOS DE VISTA

Creo que fue Ortega quien sentenció: Tres españoles, cuatro opiniones. Con ese criterio es difícil, ante la multitud de los caminos, elegir el adecuado, el equilibrio preciso: acertar. Porque se trata sobre todo de eso, de dar en la diana.
La escena y las enseñanzas de la parábola del hijo pródigo están primorosamente escogidas:
Un padre, que mira, habla, piensa y actúa como padre. Un hijo menor, que piensa como casi todos que la libertad consiste en enseñarle los dientes al pan nuestro de cada día y masticar delirios que nunca, por más que se pretenda, nos dejan satisfechos. Y el hijo mayor, que colecciona los rencores de la rutina y no se estremece con la sorpresa de la novedad: su padre, ha decido hacer una fiesta por la vuelta a casa de quien creía perdido.
Puede que la lógica humana nos muestre como razonable la actitud del hermano mayor. Se esperaba, al menos, algún reproche del padre ante el hijo libertino. Pero el padre verdadero no tiene tiempo para perderlo en reproche, lo necesita para los besos que su hijo no tuvo en tanto tiempo perdido. Un hombre con pensamiento viejo, no se sumaría a la fiesta. Un hombre agraciado con el nuevo pensamiento de Cristo, se pondría a cantar.

06 marzo, 2010

DOMINGO III DE CUARESMA. Éxodo 3, 1ss ; Lucas 13, 1-9

LOS SITIOS SAGRADOS



Cuando más sereno y alejado estaba Moisés de los trasiegos egipcios, mientras bebían apiñadas las ovejas de su suegro, se le enciende una zarza enfrente co lenguas que hablan:

-Descálzate que es un lugar sagrado.


La voz de Dios que se oía en medio de los fuegos siguió pidiendo a Moisés que volviera a Egipto para rescatar de su esclavitud a lo más sagrado de la creación: el hombre, representado en el elegido pueblo de Israel, que padecía las ruindades del Faraón.

Sagrados son los sitios, sagradas las vidas, cuando el ser humano toma conciencia de que el Dios de la Biblia siempre ha sacado la cara por el hombre. Se la van a llenar de injurias y salivazos luego, de sangre se la van a llenar, pero nadie ha podido quebrar en su mano la rama de la libertad.

Moisés devuelve a Jetró las ovejas con sus lanas crecidas y se encarama a la batalla difícil de defender a sus hermanos de las garras de los poderosos. Que cada uno de nosotros hoy sepa que vivir en Dios trae sus guerras añadidas hasta que por fin las criaturas, los hijos que somos, logremos con su favor que huyan para siempre los vicios que nos esclavizan y pueda quebrarse definitivamente la cadena continua de los que quieren comprarnos por un plato de lentejas.



LA PACIENCIA DE DIOS

Todos los árboles de la Biblia nos recuerdan la madera salvadora de la Cruz. Desde el árbol de la manzana seductora hasta esta higuera que insiste en no dar frutos. En la corteza de los árboles hemos escrito los nombres amados de nuestra juventud, cuando Pilar, María o Rosario eran fruto, deleite y sueños para luego, como casi todo, quedar colgados en la ceniza del tiempo.


Sin embargo, esta higuera que pone Lucas en labios de Jesús tiene más raíces escondidas que frutos a la vista. Más posibilidades que evidencias. Como nosotros. Los resultados, en las plantas y en los hombres, es cuestión demimo y de paciencia, y Dios lo sabe, por eso tiene paciencia con la higuera, aún más paciencia con sus hijos. Está intacta la fuerza debajo de la tierra; el deseo, como los higos, de ser dulces con el mundo, también. Mucho depende del esfuerzo personal, de la lluvia de la gracia venida a tiempo, del empujón de un amigo, de las hojas empapadas de un buen libro.


La higuera, nuestra higuera, da sombra mientras tanto. Tierna y asomada la yema sobre la rama, augura una cercana cosecha como fruto de la paciencia divina. Dios, mejor que nadie, conoce su tierra y su semilla.