31 octubre, 2009

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO. TODOS LOS SANTOS, Apocalipsis 7, 2ss. Salmo 23. Mateo 5,1-12



CONDICIONES PARA SUBIR


San Juan ve desde la realidad de sus sueños una larga fila de vestiduras blancas que vienen de ser lavadas en la Sangre del Cordero. No sabemos quiénes son, sólo que Dios los ha revestido de su blancura después de sufrir tribulación... Nadie podía contarlos, pero sí podemos señalar de dónde venían y adonde iban: Venían purificadas por el amor de Jesucristo y se dirigían al Monte de la Verdad donde el Señor vive y adonde nos aguarda.


Las condiciones para subir a ese Monte nos la resume el salmo responsorial: el hombre que tenga las manos limpias y el corazón puro. Algo tan sencillo y tan difícil como para solicitar un nacimiento nuevo.


CONDICIONES PARA SER SANTOS


Las bienaventuranzas constituyen el mapa de la santidad, la cartografía de la navegación. Aunque antes convendría preguntarse qué utilidad tiene ser santo y si merece la pena o no intentarlo. Porque nadie abandona lo que tiene si no es mejor aquello por lo que comienza su lucha... Dichosos y otra vez dichosos, felices siempre los que son purificados por la esperanza y aún no han conseguido la plenitud a la que aspiran y que sólo ha de encontarse en el Dios Uno y Trino que aparece en fuegos de sabiduría la fiesta de Pentescostés.
San Juan de la Cruz, en cautro versos inolvidables resume el inmenso proyecto der las bienaventuranzas y simplifica el cansancio de la santidad en cuatro tareas:
Olvido de lo criado / Memoria del Criador / Atención a lo interior / y estarse amando al Amado.
Al olvidar lo criado --no su necesidad ni su utilidad-- está invitándonos el santo al necesario despojo para vivir en la justeza de ser pobre. Nada queda de lo conseguido ni de lo sobrevenido: sólo el amor permanece. Si hubiésemos dedicado el mismo tiempo a la santidad que a tener éxito en nuestro mundo, otro gallo por las mañanas nos cantara.
La memoria del Criador no puede ser un recuerdo, un traernos a la circunstancia el don de la fe y sus provechos. La memoria de Dios debe ser presencial, continua, dibujada compañía en las rutinas diarias y en la cima de los esplendores.
Si atendemos a lo interior, dándole vueltas al río que nos cruza por dentro, averiaguando si lleva agua suficiente para los riegos o sufre la sequedad de los arroyos en desierto, descubriendo lo que nos falta y mejorando los cauces por donde el amor a los demás recorre su andadura difícil.
Y estarse amando al Amado es la consecuencia natural de todo lo expresado que concluye en el ser humano dándole importancia a lo que verdaderamente la tiene

24 octubre, 2009

DOMINGO XXX del TIEMPO ORDINARIO. Jeremías 31, 7-9 ; Marcos 10,46-52





CON LA SUERTE CAMBIADA


Tanto el salmo responsorial de hoy como la lectura de Jeremías nos certifican que con Dios se le cambia a uno la vida, hasta el punto que se va con llantos y se regresa con canciones. Si Jesús nos acompaña, ya no es necesario preguntar a nadie de dónde nos ha venido el amor.


Hay, nos recuerda Jeremías, un sin fin de ciegos, paralíticos, una muchedumbre de olvidados, hasta que Dios aparece de pronto para que la luna de todos se quede en cada noche: "Seré un padre para Israel".


El nuevo Israel que es la Iglesia siente hoy esa presencia viva y generosa. Sólo el hecho de saber que Dios es Padre nos ha cambiado la suerte, como los torrentes del Negueb: el agua mantiene su discreto oleaje, el sufrimiento se hace llevadero y la esperanza vuelve a su paciente compás de compañera. ¡Qué acierto tuvo Santa Teresa para dejarnos como una consigna sobre el pecho: "Sólo Dios basta".


ANGELES DE LA LUZ


Los ciegos tienen un mundo interior que nadie puede imaginarse. Una multitud de luces los inunda. Pero su pensamiento no puede colorear en los limones el amarillo ni de algunos ojos, que tanto dicen sin palabras, pueden descubrir los ciegos esa conversación callada.

San Marcos, en su evangelio, nos hace entrar en la amistad de Bartimeo procurando que se nos parezca: Un hombre ciego al borde del camino, tratando de adivinar la luz en las monedas, escuchando el rumor de los que pasan enfrente y él no los puede seguir. Hasta que escucha el canto de la Luz, la Luz de mundo, y da un salto recorriendo los tactos del aire hasta dar con el Maestro: "Que yo vea"... Y cuando llegó el milagro, ya pudo irse con él por el camino.

Al final de su vida, Vicente Aleixandre se quedó casi ciego. El que hirió con espadas los labios de dar besos, en el 84 escribió a un amigo, como pudo, con garabatos desde la sombra: "Volveré al oculista como sea, y que los ángeles de la luz me ayuden, no los de las tinieblas... yo, cuando podía verte, tocaba la felicidad con la punta de los dedos".

Ciegos, al borde del camino e infelices... Nos queda hoy una preocupación de oscuridades que quieren cubrir al mundo, un delirio de ojos cerrados aguardando la aurora. Nos queda estrenar con gozo los dedos felices de otra mañana.

17 octubre, 2009

DOMINGO XIX del TIEMPO ORDINARIO Isaías 53,1ss; Marcos 10,35-45






VA DE JÓVENES



El domingo anterior un joven rico, a quien Jesús miró con especial cariño, se fue cabizbajo y entristecido porque poseía muchas riquezas y no estaba dispuesto a dejarlas para seguir al Maestro. Hoy, dos jóvenes que llevamos en la sangre de la admiración y de la fe, hijos del Trueno y de Salomé, Juan y Santiago, los predilectos para compartir resplandores, secretos y alegrías, sorprenden a Jesús con una petición que quiebra de pronto la gratuidad de los afectos: Queremos los mejores sitios en tu Reino...



Es difícil calibrar qué es más doloroso, si no ser amado o no ser entendido. Poner la mano de las prebendas cuando sólo hay amor en la mano del de enfrente, suele terminar en adioses prudentes para más tarde llegar a los olvidos. De todas maneras, me cuesta trabajo creer que del corazón de Juan, el más amado, pudiera salir aquella ambición. Aunque a todos, alguna vez, se nos han desordenado los valores.



La respuesta de Jesús no fue el rechazo ni la tristeza ni el olvido, sino la enseñanza de nuevo para que fueran entendiendo poco a poco que los últimos puestos de la vida están siempre vacantes porque pocos han sabido descubrir la libre felicidad que llevan. Los primeros y mejores puestos son los que te permiten ser tú mismo, asomarte a las orillas de lo aprendido y de lo regalado, y darte cuenta que todo eso es el bien que los demás esperan. Antes, sin embargo, es imprescindible caminar por encima de la pena y sentir el Aire loco del Espíritu con su perenne, infatigable dulzura.


DOMINGO MISIONERO

Definitivamente, el DOMUND ha sido la propaganda de la verdad que más ha calado dentro y fuera de la Iglesia. Puede que la magia del testimonio sea en todos los tiempos lo más eficaz para sentirse envuelto y seducido...

Cuando nos hablaban en las escuelas de nuestra niñez aquellos misioneros con surcos en la piel y en la palabra, todos los niños queríamos ser como ellos, emprendedores y generosos, artesanos del bien en la perdida madera de las selvas. Ellos nos decían la verdad con la alegría de los que saben cumplir en conciencia... Después, algunos en algún tiempo, hemos sido misioneros con menos renuncias y más comodidades, pero hemos visto el hambre con los mismos ojos de mirar las abundancias y se queda en el alma grabada la fotografía de la indignidad, el terciopelo de la tristeza. Ayudemos generosamente. Seamos alivio ya que no podemos ser solución. Y estemos seguros que un vaso de agua dado en el nombre del Señor, se convierte en una multiplicación de ríos con frutos para todos en las riberas.

11 octubre, 2009

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO. Sabiduría, 7,7-11; Marcos 10, 17-30




LA LUZ MULTIPLICADA

El autor sagrado nos señala que prefirió la Sabiduría a cualquier otro hechizo humano, porque con ella le vinieron juntas todas las riquezas... Ser sabio es sentirse llamado hacia la luz para quemarse en ella, para vivir en su hoguera, como las mariposas que en las lámparas terminan porque en las lámparas comienzan. Se es sabio cuando se sabe ser y estar en todos los momentos y circunstancias de la vida y, además, echando resplandores.

Venimos de enterrar en Antequera al último gran poeta del 27, José Antonio Muñoz Rojas, al que le ha faltado una semana de almanaque para cumplir cien años. Este gran sabio fue un hombre de Dios, que se ha pasado la vida traduciendo en palabras sencillas sus emociones. Sabio fue Muñoz Rojas porque vivió equilibrado entre la tierra de su campo y el cielo de su fe. Atinó con la vida dejando en sus palabras un fuego que no quema, una luz multiplicada que recogía en su aljibe de bañarse por dentro, donde Dios le traía y se llevaba los resplandores de amigo. En uno de sus mejores libros, Objetos perdidos, concluye el gran antequerano recordándonos que "un montón de objetos perdidos es la vida"... Así es, maestro, la vida se gana cuando los objetos se pierden.






ENTRE SER BUENO Y SER CRISTIANO





También ha muerto estos días en Buenos Aires (un buen sitio para despedirse del mundo Mercedes Sosa, una tucumana valiente que cantaba con voz de dentro las angustias de fuera... "Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a entregar mi corazón"... y se quedaba traspuesta, aguardando lo caliente del viento que, en su tierra, deja en los eneros quemaduras. Más buena que era ella, pero...
"Quieres ser perfecto?. Ve y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y luego sígueme"... Dice el evangelio que aquel hombre era rico y yo supongo que se quedaría pasmado mirando el horizonte rubio de las monedas.

El Señor Jesús vino a entregar su corazón sin tener en cuenta su voluntad, sino la voluntad del Padre.
En nuestro mundo también hay gente buena, generosa, ayudadora, de los que siempre están disponibles. Ellos creen en Dios, cumplen a su modo los mandamientos... pero no siguen a Jesús en su exigencia de vida ni en sus sacramentos; para ellos, la Iglesia es lo de menos, lo importante es ser bueno. Y pretenden llevar consigo sus ideas de bondad antes que enriquecerlas con el que sólo es Bueno. Son buenos y hasta puede que ofrezcan también su corazón, pero no saben que únicamente desde los sacramentos del Señor podrán entregar un corazón recién nacido. Son buenos y nada más, pero en ese nada más queda un inmenso vacío que sólo Cristo puede llenarlo con su Pan.

03 octubre, 2009

DOMINGO XXVII del TIEMPO ORDINARIO. Génesis 2,18-24; Marcos 120,2-16






DIVINO Y HUMANO JUNTO



Todos los poros de la liturgia de hoy nos hablan en positivo del amor y la familia. A veces ha podido enseñarse el Génesis y la creación entera como un documento científico que recreara una historia que sólo es verdadera en su pedagogía. Únicamente la Luz de Dios es luz que nos trajo el conocimiento para ponerle en seguida nombre y color a los animales y a las cosas, para darle sentido a los acontecimientos de nuestra historia. La Biblia no es ciencia, sino el libro en que Dios ha escrito el amor y la dignidad del hombre para consigo mismo y con la naturaleza. Es un libro en que el Viento del Espíritu detiene el ímpetu de las olas en la orilla y ajusta el cometa de los sueños desde la fuerza de los brazos.



El hombre y la mujer fueron creados para un mismo emprendimiento, para que sujetaran juntos la hermosura provechosa de sus vidas. El cuerpo, escribía Olga Orozco, "es un suntuoso comensal en esta mesa de dones fugitivos". Y el alma, una promesa que se asoma a las mañanas de sol después de haber olvidado la escasa rodaja de la luna. Ambos, han de construir desde la fatiga y el silencio las calles que desembocan en lo maravilloso.





AMOR Y RESPONSABILIDAD

A primera lectura, San Marcos parece que pone en labios de Jesús argumentos intransigentes, decisiones irrevocables: "El que se divorcia de su mujer y vive con otra, comete adulterio"... El hombre, entonces, gozaba de todos los privilegios, tomaba solitariamente las decisiones; a su antojo, proponía acuerdos o redactaba actas de divorcio. La mujer no tenía más defensa que el amor y el cobijo de su familia. Y lo que yo interpreto que proclama Jesús es que fuese el amor, no sólo la defensa de una parte, sino la defensa mutua, el tesoro de la familia, la candela de los cónyuges. Porque el amor verdadero es más fuerte que la muerte, dice el Cantar de los Cantares. Y Meleagro, tanto en el amor confía, que escribe apasionadamene: "Iré de serenata. ¿Qué me importan los truenos ni los rayos?. Si cae alguno, tengo en la pasión mi escudo invulnerable".

Hoy, en la mayoría de nuestras familias, "se vive en pareja, porque es lo que se lleva", nos presentan al "novio o a la novia", a lo que siempre se le ha llamado amantes. Son relaciones, al fin, que duran lo que duran, como si la convivencia en intimidad fuera un modo de probar suerte en la lotería de la vida. Y nos señalan a los normales como antiguallas y a los que esgrimimos el Evangelio y la Iglesia como argumento, se nos acusa de "no ir con los tiempos".

Bien.

Pero la experiencia nos enseña que a los que dialogan y proyectan y se fortalecen en el noviazgo son felices de calidad. Se han enamorado de lo que es eterno en el otro y llegan a soportar con la misma alegría del principio, las arrugas del final y las enfermedades de siempre. Los inconvenientes de cada mañana y las ternuras de cada atardecer. Será para siempre su matrimonio, porque se han amado después de haber sido fuertes.

Puede haber, hay --y también la experiencia nos lo indica-- matrimonios que han luchado por mantener lo que su elección equivocada no es humano ni legítimo que mantengan. Una persona tiene derecho a equivocarse, aunque haya puesto toda la madurez de su parte para hacer sólida la familia. Y entonces, la Iglesia tendrá una palabra para su anulación, un argumento de Madre generosa.

Nunca olvidemos, sin embargo, como dice el libro de Tobías, que somos hijos de una bendición. Y con esa bendición de Dios, sostenida en la práctica de la fe, difícilmente los matrimonios enamorados se transformen en rutina de cenizas.