22 septiembre, 2005

DOMINGO XXVI del Tiempo Ordinario. Mateo 21, 28ss


LOS DE SIEMPRE


Constatamos a veces estar sumergidos en un letargo, en una languidez que no nos compromete de corazón a nada. JESÚS les está hablando a esos, a los de siempre, a los fieles sin ganas, a los buenos desmejorados. Y les dice: ¡cuidado con las prostitutas! ellas pueden convertirse porque tienen pasión por mejorar; vosotros, en cambio, creéis estar por encima del pecado, estáis satisfechos.
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Las prostitutas tienen en la piel un diccionario que les define la calidad de los besos: ellas conocen cuando la pasión es una brutalidad o una inmensa ternura que se deshace en aprietos. Ellas buscan filigranas para cerrar la miseria, aunque a mayoría de las veces no pueden elegir...
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Ser mediocre es un modo de prostituirse. El mediocre convierte la pasión en rutina cobrando en dosis de tranquilidad para su conciencia. El mediocre no es malo, sólo es inútil. Dice "voy", como el hijo del evangelio, aunque luego "no vaya" porque tuvo un compromiso o se le presentó una visita. Del mediocre más vale no fiarse.
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LA OBEDIENCIA Y LA VIDA
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El destino de todo ser humano es el final de una gran aventura. Vivir es estar alerta, ojear los sitios de donde nos llegan sonidos, descubrir la rama perdida y regresar a la página en blanco de cada día, después de haber encontrado los lápices de colores para que tengan colores los grises que nos acompañan. Vivir es sorprenderse.
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Del mismo modo que los pájaros son perseguidos por el viento, al ser humano le persigue la felicidad, pero le cuesta asumir que necesita una dosis de obediencia para lograrlo. Aunque no acierte el que nos manda, quien obedece ya acierta con la humildad, ejercita el músculo de la pequeñez y termina siendo creador porque dio fruto la semilla caída y muerta en la tierra.
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Gracias a la obediencia que Santa Teresa le ofreció de por vida al padre Gracián, éste le "invitó" a que siguiera escribiendo y nos dejó como premio Las Moradas del Castillo interior, una joya que no cesa de ofrecer la luz más honda.
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El que no vaya a la viña, se pierde el vino de las bodas con el Hijo.
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AMOR INTELIGENTE
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San Pablo nos ruega hoy en su carta: "Tened los sentimientos de Cristo"
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Los sentimientos humanos, en general, suelen cambiar por dos razones juntas: debido a la experiencia de los años y conforme se va ensanchando de amor la inteligencia. Sobre todo por lo segundo, ya que se puede ser viejo y seguir con la estrechura del niño que aún no sabe.
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Los místicos, que son los que más saben de esto, han adquirido la inteligencia del amor atravesando las angustias de la noche oscura, "trabajando" el ansia de la luz hasta que ven en el horizonte, después de las fatigas, la claridad que enseña el sentido de la Redención de Cristo. Los sentimientos de Cristo no son llantinas de enternecidos, sino esfuerzos de Cruz que culminan con la sabiduría del que sabe lo que se hace. Es inteligente el amor, como el de Cristo, cuando somos capaces de labrar en el surco la sembrada esperanza. Y se es inteligente cuando se sabe para lo que se vive.
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20 septiembre, 2005

DOMINGO XXV del Tiempo ordinario. Mt.20, 1-16

La otra justicia
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Nadie puede decir que estamos solos. Nos acompañan los sentimientos colectivos, las palabras colgadas en el aire, la memoria de los antepasados, la estupidez también, el amor, las propias y las ajenas ambiciones... A los cristianos, nos acompaña sobre todo la Sagrada Escritura, la Iglesia, los sacramentos.
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Depende que lo humano o lo divino sea prevalente en nuestras vidas, para que nos inclinemos por lo uno o por lo otro. La justicia humana es dar a cada uno lo suyo; la divina, dar a cada uno lo de Dios. De ahí que sea igual decir justicia divina que misericordia. Tan lógico es cobrar un denario por el trabajo de todo un día, que por asomarte a la viña y cortar los últimos racimos. Dios es así, pero tiene uvas para todos.
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EL tajo
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Amós advierte deliciosamente en el comienzo de su libro: "Yo soy uno que tajea los sicómoros". Lo recuerda también el papa Benedicto XVI hablando de San Basilio.
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...El que tajea los sicómoros. Ya sabéis que los sicómoros son esa especie de higueras silvestres que dan mucho fruto, pero desabrido: gran cantidad de higos sin sustancia. No obstante, un tajo en el sitio adecuado y se convierten los frutos insípidos es hebras de dulzura.
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Nuestras humanas maneras de ver las cosas se multiplican también en frutos que no saben a nada o saben a muy poco. Sólo cuando la fe da un tajo a la simpleza, se convierte la rutina en maravilla, la justicia en caridad y el solo denario en abundancia.
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Sin envidia
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La envidia siempre va detrás de la gloria. Pronuncias sólo la palabra amor y se te llenan los labios de moscas solitarias. Procura no asomar demasiado la cabeza para no darle motivo a los envidiosos a que afilen sus hachas. La historia está llena de tristezas amarillas que es lo que queda en los envidiosos después de ver cumplidos sus deseos.
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Ellos están ahí, agazapados en la sombra, muertos de frío pero amparados por el hechizo de su maldad.
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Dejad que me cite en La Hora deseada: "Los envidiosos --pensaba la madre Teresa-- son igual que torres que crecieran de pronto con el único fin de que se estrellen, como pájaros ciegos, los sueños más amados".
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"A los envidiosos se les ve cuando ya están encima, cuando ya no hay posibilidad de esconder las galas del alma. Ellos hieren, con el verduguillo de sus mentiras, lo que se tarda años en conquistar. Son envidiosos porque se acostumbraron a vivir en su propio fracaso y no descansan hasta acabar con los que no hemos podido acostumbrarnos".
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"La envidia es una boca grande que se come a sí misma".